Al rey nuestro
señor. Hernando de
Acuña
Ya
se acerca, señor, o ya es llegada
la
edad gloriosa en que promete el cielo
una
grey y una pastor solo en el suelo,
por
suerte a nuestros tiempos reservada;
ya
tan alto principio, en tal jornada,
os
muestra el fin de vuestro santo celo
y
anuncia al mundo para más consuelo,
un
Monarca, un Imperio y una Espada;
ya
el orbe de la tierra siente en parte
y
espera en todo vuestra monarquía,
conquistada por vos en justa guerra ,
que,
a quien ha dado Cristo su estandarte,
dará
el segundo más dichoso día
en
que, vencido el mar, venza la tierra.
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Enseña
cómo todas las cosas avisan de la muerte
Quevedo
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo, vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados;
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa, vi que amancillada
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo, y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en qué poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte
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Aparece el
poema como una visión de pesadilla por cuanto impera el verbo "ver, mirar o
poner los ojos", y la idea de decadencia, falta de vida y fealdad en cosas
otrora vigorosas y hermosas. Podría ser visión alucinada si no fuese porque
"sentí mi espada" nos traslada al sentido más basto y menos engañable, el tacto,
que nos informa de un peso excesivo para la fuerza del presente.
La
idea de decadencia, vejez y aviso de muerte se manifiesta en cuatro
realidades cada vez más intimistas.
La primera hace referencia a la "patria" y su explicación es
histórica. Si concebimos el poema como escrito en la España de Felipe IV,
veremos que el antiguo imperio está económicamente arruinado -"sin
zapatos anda, si un tiempo lucía"-, políticamente desintegrándose
como se vería en la separación de Portugal, socialmente desmoralizado y
corrupto por unas clases dirigentes que no saben sino imponer silencio a
los disidentes -"silencio avises o amenaces miedo"-, y
obligatoriamente abandonista de los viejos ideales "un monarca, un
imperio, una espada," que había cantado Hernando de Acuña no tantos
años antes. La valentía, por tanto, ha debido caducar porque la edad no
perdona tampoco a los imperios, y su decadencia provoca multitud de
reflexiones desengañadas al estilo "Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que
ves ahora"... Tema del Ubi sunt.
La segunda realidad a que se alude, el segundo nivel de referencia,
implica a la Naturaleza y con ella al idealismo platónico de la
etapa Renacentista y su plasmación concreta en la novela pastoril. En el
campo, el poeta se encuentra con un sol de justicia que agosta la fuente
de riqueza, el agua. El joven y turbulento arroyo es devorado por un sol
infernal, causa de desierto y pobreza. Pero donde no hay sol, porque el
bosque no deja pasar su luz, también hay motivo para el descontento. Las
sombras, ausencia de día, tienen quejoso al ganado que en el
Renacimiento era fuente de vida y de paz. En este mundo de sol y sombra
donde nada es perfecto recordamos las primeras palabras de "La
Celestina" : "Todas las cosas ser hechas a manera de contienda o
batalla: omnia litem fiunt". Y vemos que, efectivamente, el
sentimiento barroco tiene claros precedentes en el Gótico del s. XV.
El tercer nivel de concreción atañe a la casa del poeta. De la
casa política -patria-, y de la casa natural -campo-, pasamos a la
vivienda concreta del hombre-individuo. Esa casa se presenta con dos
atribuciones: una, aparece sintácticamente como predicativo de VER: vi
mi casa AMANCILLADA; la ausencia de un complemento que indique causa o
agente permite al adjetivo tener múltiples interpretaciones.
¿Mancillada, por qué o por quién?. La etimología de la palabra nos lleva
a "macula": "mancha", y su campo de referencia atañe más a lo moral que
a lo físico. En otras palabras, amancillada nos equivaldría a
deshonrada, y ello, a decadencia, en el orden moral. No es
entonces difícil pensar que "casa" sería aquí equivalente a estirpe o
familia. Quevedo muestra aquí su añoranza de la vieja nobleza de
la que siempre presumió, y encuentra
ahora
sus viejos blasones
mancillados por
unos tiempos que,
en Castilla,
la política del Conde Duque de Olivares da prioridad a los cristianos
nuevos sobre la vieja nobleza. El segundo atributo habla de decadencia
física: mi casa era DESPOJOS de anciana habitación. El empobrecimiento
de la vieja nobleza se manifiesta en la degradación física de sus
antiguos edificios, pues las escasas rentas no permiten su mantenimiento
en buen estado. Ocurre aquí como a la patria: hay problemas de índole
económica, social y moral.
Por fin, en gradación de intensidad lírica el poeta se ocupa del
yo. Y también éste es contemplado en su degradación física y
psíquica. Es visible y sintomático el báculo que -"corvo y menos
fuerte"- muestra el agotamiento físico propio del paso del tiempo. En
cuanto a la fuerza en que habría de sustentarse la propia dignidad se
siente también menguada. La espada como símbolo de prestigio social, de
honor, es típica y tópica en la literatura teatral donde cualquier
mancilla es lavada con sangre. El verbo del que depende no es en este
caso mirar o ver, sino sentir, lo que acentúa ese carácter psicológico.
Concluye el soneto resumiendo que, derrotada la persona, la casa y la
patria -desolada la Naturaleza entorno-, no puede ser encontrado nada
que no hable de MUERTE, consumación final de toda decadencia. Toda
realidad, la propia y la externa, la física y la psicológica, se
encamina a su destrucción. Es en este contexto donde la vida se define
como ilusión y sueño. Es en él donde el único consuelo procede de la
esperanza en otro mundo no sometido al azar ni al acabamiento. Es en
este desengaño de todo, en fin, donde únicamente el amor podrá perdurar
más allá de la muerte.
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