EL «collige, virgo, rosas»

collige, virgo, rosas dum flos novas et nova pubes 
et memor esto aevumsic properare tuum
coge, rapaza, las rosas mientras haya flores nuevas y juventud incipiente y recuerda que así se aja tu tiempo
 
Egloga primera Garcilaso de la Vega

Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?

Tus claros ojos ¿a quién los volviste?

¿Por quién tan sin respeto me trocaste?

Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?

¿Cuál es el cuello que, como en cadena,

de tus hermosos brazos anudaste?

No hay corazón que baste,

aunque fuese de piedra,

viendo mi amada hiedra,

de mí arrancada, en otro muro asida,

y mi parra en otro olmo entretejida,

que no se esté con llanto deshaciendo

hasta acabar la vida.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Soneto      Góngora

La dulce boca que a gustar convida

un humor entre perlas destilado,

y a no envidiar  aquel licor sagrado

que a Júpiter ministra el garzón de Ida.

Amantes, no toquéis si queréis vida,

porque entre un labio y otro, delicado,

amor está de su veneno armado

cual entre flor y flor sierpe escondida.

No os engañen las rosas que a la Aurora

diréis que aljofaradas y olorosas

se le cayeron del purpúreo seno.

Manzanas son de Tántalo y no rosas,

que huyen después del que incitan ahora,

y sólo del amor queda el veneno.

Góngora es autor donde cualquier cosa puede hallarse: estilo propio, gracia festiva, gozo renacentista, desengaño barroco y juego de contrastes manierista.  En 1584 escribe este poema, imitación muy próxima  -al decir de Dámaso Alonso-  de un soneto de Torcuato Tasso. Su estilo no tiene mayor dificultad que la impuesta por las Alusiones mitológicas. La metáfora ROSAS tiene tantos precedentes renacentistas y el "amantes, no toquéis" es tergiversación tan evidente del "collige, virgo, rosas" que el mayor trasunto de comentario no es tanto qué y cómo dice, sino por qué dice algo tan desusado. La ataraxia, predicada por epicúreos y estoicos, es el estado por el cual se suprime todo dolor; a él se llega por la tranquilidad interior que resulta de la moderación en la búsqueda de placeres y de la indiferencia en las pasiones. El pensamiento barroco puso gran énfasis en el desasimiento por dos motivos:

1º.- El sensualismo de la mirada barroca es superior al de la renacentista. En el poema, Góngora sitúa en primer plano la boca y la incitación al beso; Garcilaso se hubiera conformado como Gutierre de Cetina con la mirada de unos ojos: ¿Do están agora aquellos claros ojos...?  La sensualidad de la boca es mayor, su envejecimiento más prematuro, y el veneno  -dolor que pretende evitarse- la pasión producida por la pronta desilusión amorosa.

2º.- El tiempo, en su fugaz paso, es quien da ocasión para que el espíritu barroco  "no sepa lo que quiere"  utilizando la expresión de  Eugenio D'Ors .  El  "Ewig-weibliche" (así lo llamó D'Ors al espíritu que Lázaro Carreter llama  psique nerviosa y de la que dice en aplicación a Góngora propensa a pensar por contrastes) de Góngora nos muestra el camino del goce y de la renuncia a un tiempo,  y no sabemos al final del poema qué resulta más grato si rosas o manzanas.

Quel labbro che le rose han colorito

molle si sporgue e tumidetto in fuore

Spinto per arte, mi cred' io, d'Amore,

a fare ai baci insidioso invito.

Amanti, alcun non sia cotanto ardito,

ch'osi appressarsi ove tra fiore e fiore

si sta qual angue ad attoscarvi il core

quel fiero intento: io 'l veggio e ve l'addito.

Io, che altre volte fui ne le amorose

insidie colto, or ben le riconosco,

e le discopro, o giovinetti, a ta voi;

quasi pommi di Tántalo, le rose

fansi a l'incontro e s' allontanan poi:

sol resta Amor che spira fiamma e tosco.

TASSO

 

VOLVER A MENÚ BARROCO 

SALIR DEL MENÚ